martes, 22 de noviembre de 2011

Entre el Suelo y el Cielo, Retroceso en el Tiempo


Una montaña que tiene que ver con las raíces, las primeras vivencias, los recuerdos, los encuentros. Resulta misteriosa y fantástica, tan enorme, en medio de una cordillera desgastada, más baja. Se distingue desde tan lejos, que da sentido al paisaje desde varios ángulos.
La cumbre, larga, estrecha y pedregosa, donde puedes imaginar tocar el cielo y ves tangibles las estrellas por el daño que hacen los pies pisando piedras. En un extremo la ermita dedicada a un Santo, una gruta natural y una parte restaurada en perfecta armonía,
Una ladera vertical da al Pantano de Santa Ana, en la otra más inclinada está el sendero de acceso. En un extremo el camino para vehículos de campo y montaña, casi en vertical.

La celebración del Santo el día 6 de agosto transforma ese paraje sumido en la más absoluta soledad en un centro de concurrencia y fiesta donde acuden de puntos pueblos lejanos, como un día de turismo. Se hacen barbacoas y se conserva un pozo con agua de la lluvia, con escaleritas y romero. Las hierbas aromáticas abundan, la vista es inmensa, desde el Pirineo a buena parte de las provincias de Lérida y Huesca.
El pasar un día allí. – una vez en la vida- rompiendo toda rutina diaria, parece un milagro. Un retroceso de siglos en el tiempo . Una reflexión sobre las ermitas, la religiosidad de los que las habitaban, la construcción y subsistencia en sitios tan inaccesibles, como sería posible… La propia celebración en un altar de la gruta, iluminado con velas y un rayo de luz lateral, con tres curas ortodoxos, de sotana negra, orando en latín, te sitúan en lo más profundo de la Edad Media.

La subida en remolque de tractor es penosa pierdes el equilibrio. te sientes como un saco de huesos molidos, con los señores de mas de 60 años del lugar manteniéndose de pie riéndose del espectáculo. La llegada a la plataforma de parada cuando salía el sol en el horizonte infinito. Había valido la pena.
La bajada por el sendero de tierra y piedras, donde te resbalan los pies, de primer momento con su verdor natural de arbustos y matorrales parece atractiva. A la media hora, ves el final cada vez mas lejos, te tiemblan las piernas. A los tres cuartos te tiemblan hasta las orejas; a la hora llegamos a la base. Una vez mas los señores mayores, parecian veinteañeros, nos manteníamos en pie gracias a su mano.

Luego, días de agujetas y…un buen acuerdo para siempre.












Josefina Motis.
Redacción renovada  Sepbre2011

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